El 4 de septiembre los chilenos votarán si aprueban o rechazan la nueva Constitución. Una votación que dirigentes de todo el mundo miran expectantes. Unos con la esperanza de demostrar que otro mundo es posible, de que el pueblo debe formar parte de la toma de decisiones, otros con el miedo a que esa idea se expanda, a que la gente empiece a removerse en sus asientos, a cuestionarse la realidad en la que viven, porque salvando todas las distancias, marcando las diferencias que nos separan, solo existe una verdad: el pueblo, la ciudadanía, está en manos de unas elites minoritarias que han creado un mundo injusto, desequilibrado, frágil, interesado, en el que la mayoría estamos sometidos, esclavizados, arrodillados ante los que tienen el dinero, el poder, ante los que nos manejan a su antojo, y tienen la poca vergüenza de hacernos creer que somos libres.
Chile despertó para despertarnos en 2019, cuando los jóvenes comenzaron a protestar por el aumento de los precios del transporte público. Abuso que fue la gota que colmó el vaso, la necesaria para que todo el pueblo chileno saliese a la calle de forma pacífica a exigir cambios. Aquellas revueltas ya forman parte de la historia con el nombre de la Primavera chilena. Una revolución social que solo las restricciones del COVID pudieron enfriar, y donde es importante recordar que la mayoría de las algaradas fueron provocadas, por la intención de los herederos del dictador Pinochet, para controlar la situación a base de intimidar, reprimir y provocar a la ciudadanía.
Aquel levantamiento social concluyó con la promesa de celebrar un plebiscito, que se conoce como el plebiscito de entrada, donde se preguntó a la población si quería una nueva Constitución y qué tipo de órgano debería redactarla. En una votación sin precedentes, ganó el apruebo a la primera pregunta, con un 78%, y el de una Convención Constitucional, con el 79%, para la segunda.
Esa convención estaba integrada por 78 hombres y 77 mujeres, de todas las edades, de todas las clases sociales, incluidos los pueblos indígenas ignorados y maltratados por las elites, de todos los partidos políticos y de numerosas profesiones. Trabajaron durante un año para su redacción, escuchándose, debatiendo, llegando a acuerdos, limando asperezas, intentando adaptar las leyes, la Carta Magna, a las nuevas realidades existentes, para no tener que adaptar la realidad a las viejas ideas, obsoletas e impuestas por un asesino, un dictador y sus secuaces, los Chicago Boys, que gobernaron con mano de hierro y fueron los que instauraron el neoliberalismo en el mundo, dándole el poder a las empresas privadas y al Estado por encima de la ciudadanía. Por eso es de justicia social, y poética, que sea en Chile, donde el gusano se convierta en mariposa.
A una semana de este plebiscito de salida, que es de voto obligatorio, el Rechazo gana en las encuestas por un pequeño margen, aunque existe un 16% de votantes que se mantienen en la indecisión. Espero, confío, sin conocer en profundidad el texto redactado, que gane el Apruebo, que todo el camino, el esfuerzo, realizado por los chilenos, no quede desdibujado en el último momento, que por fin quede derogada la que se firmó en 1980 por parte del genocida.
Si gana el Rechazo, el joven Presidente Boric, que gobierna gracias a la coalición de izquierdas Apruebo Dignidad, ha anunciado que no será definitiva, que volverá a redactarse hasta encontrar el consenso, porque el cambio es imparable, porque el pueblo lo merece.
Ante esta votación no puedo evitar pensar en nuestra Constitución, y en la necesidad de que sea revisada, porque aunque fue redactada tras la muerte del dictador, su sombra era, y sigue siendo, muy alargada, y marcó las líneas generales, imponiendo, entre otras lindezas, a la monarquía. Además, fue redactada por siete hombres, pertenecientes a esas elites herederas del franquismo y que han manejado el poder, el dinero, en la sombra en los últimos 40 años. En su momento fue necesaria, pero el mundo ha cambiado, la realidad social de nuestro país también, y es necesario sentarse, en nombre de la democracia y la libertad, a actualizarla, a hacerla creíble.
Supongo que hay miedo a los cambios, a nuestra incapacidad de debatir, a que las cicatrices de las dos Españas nos impidan ponernos de acuerdo en cosas tan elementales como el derecho a un medio ambiente sano, al de una vivienda digna, a que la separación de poderes sea real, e incluso, a si queremos seguir siendo una monarquía parlamentaria.
Aunque no sirva de nada, apruebo la nueva Constitución chilena, y deseo que su ejemplo sea semilla para todos.