El límite que nunca existió

La imagen no muestra solo un muro caído. Muestra un límite mal entendido. Es la foto del día, El restaurante levantó una frontera rígida frente a algo que no sabe de líneas rectas: la arena. La arena no invade, recupera. No conquista, regresa. Ese territorio nunca fue del muro, solo estuvo prestado durante un tiempo, mientras el viento, el mar y la paciencia miraban.

En El Rinconcillo —como en tantas zonas costeras— hemos confundido ocupar con poseer. Se construye como si el suelo fuera fijo, como si la naturaleza aceptara escrituras, licencias o vallados. Pero la arena tiene memoria. Y cuando cambia el viento, cuando llega el temporal adecuado, recuerda exactamente dónde estuvo siempre.

El muro roto es una metáfora clara:
cuando fuerzas un límite contra lo natural, no es la naturaleza la que pierde.
Pierde la inversión, pierde el esfuerzo, pierde la soberbia.

La arena no tiene prisa. Puede tardar años, pero siempre acaba pasando la factura. Y lo hace sin ruido, sin intención, sin rabia. Simplemente siendo lo que es.

Quizá la reflexión más incómoda sea esta:
no es que la arena se coma tu territorio natural,
es que nunca fue tu territorio.

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