Lo mismo piensan y sienten los cerca de 32.000 gibraltareños que residen en el Peñón, que en el referéndum de 2016 votaron masivamente -un 96 %- a favor de permanecer en la UE, sobre todo para salvaguardar la fluidez del paso por esta aduana, su única conexión terrestre con el resto del mundo.
El gibraltareño John Isola, director general de Anglo Hispano, una empresa dedicada a la importación y distribución de bebidas en Gibraltar y a la restauración, cree que las cosas “no deben de cambiar mucho” porque la colonia, aunque pertenece a la UE como parte del Reino Unido, está fuera del espacio Schengen y de la unión aduanera.
Las personas y mercancías están ya sujetas por tanto a más controles.
ESPERANDO QUE NADA CAMBIE
“Ya existe una frontera ‘dura’. En teoría no debe ocurrir nada. El temor es que, como la frontera se ha utilizado en el pasado para cuestiones políticas, que ahora vuelva a pasar”, afirma este empresario temiendo que el “brexit” se convierta en una oportunidad para que aflore el debate sobre la soberanía de la última colonia asentada en Europa.
Por si acaso, Isola ha pedido a sus trabajadores, una gran parte de ellos españoles, que se saquen el pasaporte y, al igual que el Gobierno de Gibraltar, ensaya fórmulas para la introducción por barco de las mercancías que ahora llegan a la pequeña colonia por carretera en unos 200 camiones al día.
En la memoria de este empresario, como en la de muchos gibraltareños y vecinos de La Línea, la incertidumbre del “brexit” ha hecho resurgir la época en la que Franco, en 1969, ordenó el cierre total de la Verja y la colonia quedó incomunicada por tierra.
A Isola, que entonces tenía 4 años, su padre le contó como el día del cierre tuvo que coger él mismo el camión de reparto, porque los empleados españoles no pudieron llegar a sus puestos ni ese día ni durante trece años.
También recuerda como durante más de una década para visitar a su tía que vivía en el lado español tenía que coger un ferry a Marruecos. “Tardábamos un día entero en llegar a un lugar al que ahora llegamos en diez minutos en coche”, indica.
SI GIBRALTAR SE RESFRÍA, LA LÍNEA PUEDE COGER UNA PULMONÍA
Desde la apertura de la Verja, en 1982 para peatones y en 1985 para la circulación de vehículos y mercancías, gibraltareños y linenses han restablecido las históricas relaciones sociales, vecinales y hasta familiares que les unen, porque son dos pueblos separados por una verja pero cuyos destinos están unidos.
Especialmente en el terreno económico. Por eso el “brexit” preocupa tanto en Gibraltar, cuyo PIB per cápita es de los más elevados del mundo y donde no existe el paro (su pequeño porcentaje se explica por las personas que están cambiando de empleo), como en La Línea, que, en el lado opuesto, padece un 30,82 por ciento de desempleo.
“La dependencia es total. Si ellos se resfrían, nosotros podemos coger una pulmonía”, explica al linense Lorenzo Periañez, presidente del grupo transfronterizo que reúne a empresarios y sindicatos de ambos lados.
La Cámara de Comercio de Gibraltar determinó en 2015 que la colonia tiene un impacto económico en el Campo de Gibraltar que supone la cuarta parte de su PIB.
Giibraltar no sólo es su “principal” fuente de empleo, sino que además aporta a la zona unos 120 millones de euros al año gracias, entre otras cosas, al importante gasto que realizan en la comarca los gibraltareños con segunda residencia en la zona, un gran número de ellos en áreas de alto poder adquisitivo como Sotogrande.
A estos datos se unen las exportaciones de bienes; según la base de datos de comercio exterior, en 2018 España exportó a Gibraltar bienes por 1.585.356 millones de euros, un 64 por ciento de ellos desde Andalucía y un 38,01 por ciento desde Cádiz, provincia para la que la colonia fue la primera zona a la que destinó sus exportaciones.
LAS RELACIONES SOCIALES, POR ENCIMA DE TODO
Por eso este empresario linense espera también que en las negociaciones sobre el “brexit” todos tengan en cuenta que “las relaciones de ambos pueblos, no sólo económicas si no también sociales, deben estar por encima de cualquier decisión política” y de cualquier tentación de “utilizar la frontera como instrumento de presión para obtener cualquier tipo de logro en materia de soberanía”.
“Es un orgullo vivir donde vivimos, y participar en dos culturas, la británica “stroke” gibraltareña y la española. Mi preocupación es que se deterioren las relaciones”, cuenta el gibraltareño Lionel Chiopolina, filólogo, maestro jubilado y sindicalista.
Cree que “la cosa no está tan loca como para pensar que pueda haber problemas permanentes en la verja” y que se encontrarán soluciones para los que surjan. “Hay interés por ambos lados de mantener buenas relaciones”, afirma.
Chiopolina espera por ello que, tras el “brexit”, sus amigos españoles puedan visitarle con la normalidad y asiduidad con que lo hacen ahora, y que él pueda ir con la misma facilidad y frecuencia, casi todas las semanas, a la casa que tiene en un pequeño pueblo de la Sierra de Cádiz.
“Imagínate la inseguridad que puede sentir un gibraltareño que no pueda salir. Esto es una urbe y, aunque se ha invertido mucho dinero y se vive muy bien, con muchas zonas verdes, sigue siendo pequeñito. La gente quiere seguir saliendo”, subraya.
Él, que tenía 9 años cuando se decretó el cierre de la verja y recuerda aquello como una etapa que, “si fue durísima aquí, en La Línea fue un drama”, espera que la fluidez de las relaciones se mantenga.
En su opinión Gibraltar está mejor preparada para afrontar cualquier otro escenario. “Tenemos la tendencia a crear una Numancia”, dice.
“Aquí tenemos mucha experiencia de presión, hemos sido capaces varias veces en cambiar de modelo económico y nos podemos convertir en poco tiempo en una economía de isla. Hay dinero y tenemos capacidad para legislar y buscar maneras de inventarnos una economía nueva”, explica.
De la agilidad económica del Peñón da idea que en sus 6,8 kilómetros cuadrados, la mayor parte un macizo rocoso en el que no hay viviendas ni edificios, existen ahora mismo 13.536 empresas (3.300 menos que hace un año).
Si estas firmas tuvieran que repartirse el espacio físico del Peñón, apenas tocarían a medio metro cuadrado.
Un impuesto de sociedades con un tipo del 10 % y su capacidad para regular rápido sectores nuevos, como el juego online o las criptomonedas, lo han convertido en un espacio atractivo para muchas empresas.
HARTOS DE LA INCERTIDUMBRE
Jorge Gutiérrez, vecino del Campo de Gibraltar de 38 años, es una de las más de 3.000 personas que trabajan en la treintena de firmas de juego online que operan en el peñón. Él cruza a diario, a pie para evitar atascos, la Verja.
“Es un trámite que hay que pasar todos los días, pero la verdad es que compensa”, cuenta antes de mostrar su DNI a agentes españoles primero y gibraltareños después para pasar al Peñón.
La estabilidad laboral, mejores condiciones de trabajo, mejores sueldos y “horarios que se cumplen” son algunos de los motivos por los que está contento de haber dejado atrás la precariedad de su situación en España como autónomo.
Cuenta que en su oficina los compañeros hablan “todos los días” del brexit “con preocupación”, pero también un poco “hastiados de esperar a ver que pasa”.
“Esperamos que no sea muy traumático el cambio y que se mantenga todo muy parecido o que sea una oportunidad para mejorar el tránsito y hacer nuevos carriles, organizar el paso de otra forma”, explica.
“Gibraltar es un método de escape”, asegura Antonio Villada, otro vecino de La Línea de 25 años que trabaja como camarero de un restaurante de comida rápida de Grand Casemates Square en el que, además de mejores horarios, gana “entre 200 y 300 euros más” de lo que cobraría en otro de la misma cadena de su municipio, cantidad que varía dependiendo de la libra.
La preocupación por posibles problemas en la frontera se entiende al escuchar a Alberto Godoy: “Comemos gracias a Gibraltar”.
Godoy, vecino también de La Línea y que trabaja como encargado del almacén de la empresa Anglo Hispano, tiene 30 años y lleva 7 trabajando en Gibraltar.
Asegura que los trabajadores están “asustados”.
“No sabemos el punto que nos va a influir, si va a haber más o menos colas en la verja, si nos van a despedir porque no habrá trabajo. Es una incertidumbre”, apunta.
Y es que la incertidumbre, que dura ya más de tres años, se comparte a ambos lados de la frontera y gibraltareños y linenses se han acostumbrado a vivir con ella.