Por la vía de los hechos ha regresado el crédito que había dilapidado la socialdemocracia en buena parte de la última década, cuando la apuesta europea por la austeridad contra la crisis de 2008 castigó severamente a los países más vulnerables sin que los presuntos beneficios se viesen por ningún sitio.
El efecto inmediato fue el fortalecimiento de formaciones de ultraderecha populista que funcionaron como refugio del descontento y de la rabia. Incluso Angela Merkel tuvo que rectificar sus recetas para Europa. Y Joe Biden, y su ingente plan multimillonario de protección social, va en la misma dirección con el fin de paliar los efectos más destructivos de la pandemia.
La incertidumbre que el coronavirus ha generado a escala planetaria también ha propiciado la visualización de otro futuro posible con la lucha contra el cambio climático como eje, sin olvidar a las víctimas de la deslocalización industrial, la globalización desregulada, la digitalización acelerada y la descarbonización.
En la campaña de las elecciones alemanas, el socialdemócrata Olaf Scholz no olvidó hablar de la dignidad de los trabajadores, y traducirlo en medidas como la subida del salario mínimo a 12 euros la hora, y de las ayudas de los fondos europeos de inversión plurianual para mejorar el empleo. Unos fondos que son una oportunidad históricamente única para afrontar transformaciones profundas que den las respuestas adecuadas a la incertidumbre de los electorados en un mundo en cambio constante.
Ya no basta con defender las conquistas sociales del pasado. La socialdemocracia debe articular una alternativa creíble de presente y futuro afrontando con valentía las tensiones migratorias que no van a cesar en Europa. La migración es el problema más acuciante que tenemos hoy día en los países del primer mundo, así como el cambio climático y la desigualdad en el mundo entero.
En un contexto donde la derecha conservadora carece de un programa distinto al neoliberalismo fracasado, la socialdemocracia recupera el pulso con medidas sociales concretas. Además, es el único camino para hacer frente a la explosión populista ultra y sus propuestas racistas, demagógicas y excluyentes.
El famoso consenso progre retrata precisamente el éxito de las políticas de la socialdemocracia al haber sido asumidas en buena parte por otros partidos, como los tories en el Reino Unido o la misma Merkel en Alemania, pasando por Macron en Francia, mucho más próximo a una sensibilidad socialdemócrata que a la de su propia familia política.
Ese vacío ideológico y político de las derechas europeas son una fuente de desestabilización del que se aprovecha la extrema derecha para atraer a votantes descontentos hacia partidos ultras de corte populista, como los populismos nacionalistas de Viktor Orbán en Hungría o de Kaczynski en Polonia.
Pero, con todo, lo más grave, sería que el vacío ideológico de la derecha alemana y europea propiciase la radicalización de su discurso público como estrategia que compensase la ausencia de propuestas políticas. El atajo no es inverosímil, o al menos no lo está siendo en la derecha española con un discurso del PP cada día más radical y arbitrario parecido al de Vox.
Por eso, la pregunta a responder por los socialdemócratas y socialistas europeos en el futuro inmediato es si sabrán fortalecerse cuando deban afrontar el problema migratorio, las consecuencias desestabilizadoras de la lucha climática y la desigualdad como aceleradores de otra patología global: la pandemia de los populismos.