IAM/ALJ En Europa, y en el mundo, es necesario un plan internacional que regule las migraciones. Un mundo sin orden no es sostenible. Por eso este debe ser un objetivo prioritario de Naciones Unidas.
Ahora mismo no lo es. Y la tragedia es permanente, aunque ya no copa tantos titulares. Precisamente por eso escribo hoy sobre ese tema para no dejarnos llevar y defender a los más débiles, aunque su tragedia este pasando de moda.Los objetivos de Naciones Unidas se han multiplicado en la última década hasta llegar a 169. Entre ellos figura de forma especial el desarrollo sostenible de nuestro planeta, pero se han olvidado de la demografía y la emigración. La demografía se interesa por fenómenos que se modifican lentamente, por lo que puedo entender ese olvido, pero en cambio la emigración evoluciona con mucha rapidez y por eso importa y debería ser prioritaria entre sus objetivos.
En Naciones Unidas no existe ninguna referencia a la necesidad de un mínimo plan internacional de coordinación de las migraciones. Y sin ese plan estamos en un mundo que no es sostenible. Qué ha sido de la Declaración Universal de Derechos Humanos aprobada y proclamada por su Asamblea General un 10 de diciembre de 1.948. ¿Se le olvidó a la Unión Europea cuando estaban firmando con Turquía ese acuerdo indecente y ese trabajo sucio con la inmigración a cambio de 6.000 millones de euros?
El horizonte de los políticos es siempre muy breve: las próximas elecciones, los pactos, la futura ley… La inmigración evoluciona con mucha rapidez sobre todo en los últimos años con las primaveras árabes, la crisis económica o la guerra de Siria. Y más en España que recibió tanta emigración económica en la primera década de este siglo. Esta inmigración tan generosa era necesaria para mantener la burbuja inmobiliaria, que se alimentó de una alegre financiación y de una mano de obra abundante y barata.
Ahora nos encontramos con un grave problema al confundir dos fenómenos totalmente diferentes: el de los refugiados, consecuencia de la guerra y los conflictos, y la de los trabajadores que se van a otro país en busca de empleo. El problema es que hacemos una ensalada con todo y, por supuesto, no son la misma cosa, aunque a veces no resulte fácil distinguirlo. El refugiado se mueve porque su supervivencia y la de su familia están en riesgo. El emigrante económico solo intenta nada más y nada menos que mejorar su vida. La diferencia entre un refugiado y un emigrante será relevante a efectos legales, pero no creo que tanto en términos humanos.
En Naciones Unidas y entre los países existen convenios para regular fenómenos supranacionales -el cambio climático o el comercio-, pero nada sobre las migraciones. No hay una regulación coordinada. Ni siquiera para cosas mínimas como garantizar la identidad de las personas. Hay cientos de millones de personas que no tienen una identidad cierta porque en sus países no hay registros y por eso pueden ser víctimas de comercio ilegal y esclavitud. También se podrían tomar medidas para que los grupos de emigrantes lleguen a su destino sin ser explotados por intermediarios. Sobre todo cuando sabemos que la globalización es una realidad construida sobre un artificio: las fronteras. Las fronteras son bordes de dureza variable por las que circula con libertad el capital, pero no así las personas.
Hablar de inmigración es hablar del impacto económico de las remesas. De convivencia entre culturas. De gestión de fronteras. De políticas de cooperación. Todas estas cosas podrían resultar revolucionarias si las hiciese una organización internacional como Naciones Unidas. Pero ningún país quiere hacer la menor transferencia de soberanía sobre este asunto. Tampoco Europa. Los 28 países de la Unión Europea tienen un pedacito de políticas comunes, pero no lo principal: cada uno puede admitir los migrantes que quiera. Y así se va materializando este gran desastre humano, y poco a poco resquebrajándose el sueño de la Unión Europea. En la fosa común del Mediterráneo no solo naufragan miles de refugiados y emigrantes que huyen de la guerra y la miseria, sino que también se ahogan los valores de una Europa que traiciona su memoria.