Tengo muy claro, igual que la mayoría de los españoles, que la iniciativa será tumbada por casi todos los grupos políticos de la Cámara. Por supuesto, con el voto en contra de los nacionalistas catalanes.
La Generalitat ya ha anunciado antes del debate que mantendrá su desafío. Pero después de este debate habrá que hacer algo porque el problema político catalán no acaba aquí. Y la inmovilidad como estrategia que practica el Gobierno de Rajoy, no funciona, ni puede funcionar, pues no soluciona nada. En estos días el Tribunal Constitucional se ha definido con una sentencia sobre la declaración de soberanía del Parlamento de Cataluña, que básicamente dice dos cosas. La primera, que Cataluña no es sujeto de soberanía, que la soberanía es indivisible y pertenece al pueblo español. La segunda, que el derecho a decidir no es un derecho para la autodeterminación, pero como aspiración política es defendible.
Y por tanto, -según interpreto- reconoce la existencia de un problema político que exige un diálogo político para concretar esas aspiraciones. Eso sí, con respeto a tres principios esenciales: legalidad, legitimación y diálogo. En consecuencia, el debate de mañana no es solo sobre el futuro de Cataluña, sino también sobre el futuro de España. Y una parte de la ciudadanía española no puede decidir sobre el conjunto. Y mucho menos sobre la independencia de una parte. Sin embargo, dicen los nacionalistas que en democracia no se puede limitar lo que el pueblo puede decidir, porque el voto es la esencia de la democracia.
Pero no dicen que en democracia hay derechos y libertades sobre los que no se pregunta, porque son intrínsecos a ella. Y poniéndolos en cuestión mediante el voto, como ha ocurrido históricamente, se puede hacer retroceder la democracia y eliminar libertades. Y eso significa menos democracia, no más democracia. Por eso creo que es una trampa de los nacionalistas decir que lo democrático es votarlo todo y cuanto más mejor. Pero este es un grave problema que tenemos que arreglar entre todos, catalanes y españoles, con un proceso legal y de reformas importantes para que todos sigamos juntos, aunque sea de otra manera. España tiene un problema de integración de sus nacionalidades.
Lo tenemos y tenemos que reconocerlo para poder solucionarlo, y además debemos abordarlo mediante el dialogo. Hay que tender manos y abrir diálogos para estudiar los problemas de articulación del modelo autonómico, la cooperación interterritorial, las competencias, la financiación autonómica, etcétera… Todo eso dará oportunidad de hacer política, pero política de Estado, no de partidos. No hacer nada, y esperar a verlas venir, es un suicidio político. Cada día hay más catalanes independentistas y cada día hay más españoles que dicen “si se quieren ir que se vayan”, sin pensar que todos somos parte de un mismo país. Y eso lo estamos negando unos y otros reiteradamente con palabras y acciones extremas, que enconan el diálogo y lo hacen imposible. Hay que ir al encuentro y no al desencuentro.
Pero la realidad es que los puentes entre Cataluña y España cada día están más deteriorados y quizás, cuando queramos arreglarlos o renovarlos, no haya gente que quiera hacerlo, porque entonces ya no habrá nada que nos una. Y eso sería una irresponsabilidad y un desastre.