Al igual que las escuelas francesas, las españolas iniciaran esta semana el curso escolar, pero con una diferencia. Las francesas mostrarán en lugares visibles junto al lema de la República -“Libertad, igualdad, fraternidad”- y a la Declaración de Derechos Humanos y del ciudadano, una Carta del Laicismo que se enseñará a los alumnos como la base de los valores del país. Qué envidia me dan. Mientras en España con la ley del ministro Wert iniciamos el retroceso hacia enseñanzas de la época franquista… y sin beca. Y con la Educación para la Ciudadanía a punto de desaparecer, tal y como la conocemos.En la memoria que precede a la ley orgánica de la mejora de la calidad educativa (Lomce) del ministro Wert, se afirmaba que la enseñanza de los valores democráticos, éticos o cívicos han de considerarse como una cuestión transversal que debe impregnar todos los aspectos de la enseñanza. Mentira. Lo cierto es que en su concreción específica la enseñanza en valores ha quedado considerada como una asignatura opcional. No estando a la altura de la importancia que por imperativo constitucional esta materia ha de recibir en el proceso educativo español.La Constitución Española en su artículo 27.2 cuando regula el derecho a la educación afirma sin ambages que esta “tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a las libertades, derechos y deberes fundamentales”. Así que la disyuntiva que plantea la ley de optar entre la enseñanza de los dogmas religiosos o la de los valores que sustentan nuestro sistema democrático es puro engaño. No se puede considerar la asignatura de religión como materia alternativa a la de Educación para la Ciudadanía en un Estado aconfesional o laico como el nuestro.Además en cada una de las partes del proceso formativo español, los valores democráticos deben ser contenido obligatorio para todo el alumnado, mientras que los dogmas solo se darán a quienes profesan un credo religioso. La distinción no puede ser más clara porque el sentimiento religioso se perfila como facultativo -ya que no todos los individuos dotan a su existencia de una dimensión transcendente o religiosa-, sin embargo la vertiente cívica de la educación en valores democráticos no lo es, puesto que es consustancial a la condición misma de ciudadano.En esta línea, qué lúcidas las reflexiones de la filósofa Victoria Camps (La transmisión de valores en el proceso educativo, Defensor del Pueblo, 2011) cuando afirma que estos valores son “un mínimo común ético de toda sociedad democrática y respetuosa de unos derechos fundamentales. Y se materializan necesariamente en un conjunto de deberes inevitables”. El problema, sigue razonando la filósofa, es que si quien procede a concretarlo es el partido mayoritario de turno, entonces puede ocurrir que no solo esté eludiendo el imperativo de aplicar mayores cotas de “esfuerzo y voluntad por actuar democráticamente y de acuerdo a los intereses generales”, sino que con sus actuaciones nos encontremos también ante signos evidentes de la “pobreza de su cultura democrática”. Así que está claro que en este curso vamos a dar un paso atrás en el imprescindible fortalecimiento de nuestra frágil cultura y educación democrática. Y ya se sabe que sin cultura, educación y democracia no hay futuro para nuestro país.