“De la conducta de cada uno de nosotros depende el futuro de todos” sentenció Alejandro Magno hace más de 23 siglos. No podemos olvidarlo porque la conducta es la manifestación visible y externa de la personalidad, de la manera de comportarnos en la vida y de tomar las decisiones importantes.
Adela Cortina, como otros filósofos actuales en España, ha bajado la ética del mundo ideal platónico a la calle y a la ciudad. Para ella, la ética “es un tipo de saber que pretende orientar la acción humana en un sentido racional; es decir, pretende que obremos racionalmente”. Y no se impone, sino que convive con otras realidades, unas aparentemente muy diferentes como el consumo o la empresa, otras muy cercanas como la política, la religión o la sociedad civil.
A la ética le ocurre como a la estatura, el peso o el color. Todos los seres humanos son más o menos altos o bajos, todos son morenos, rubios o pelirrojos, todos pesan más o menos, pero ninguno carece de estatura, volumen o color. Igual sucede con la ética. Cada persona puede ser más moral o menos según determinados códigos, pero todas tienen alguna estatura moral.
En su libro “Ética mínima” (1987), Adela Cortina marca el inicio de una visión de la ética que continúa la estela de Ortega, Zubiri y Aranguren en lo referente a la fundamentación antropológica de los móviles morales. Veinte años después, en 2007, Adela Cortina completa su visión de la moral con un libro titulado “Ética de la razón cordial”, donde recurre al concepto de cordialidad como una nueva categoría moral.
Así la cordialidad cierra la pretendida fundamentación de la moralidad, convirtiendo las razones cordiales en integradoras de la moralidad humana. “Ética de la razón cordial” lleva como subtítulo “educar en la ciudadanía del siglo XXI”, porque Cortina vuelve a la visión ética que descansa en sus antecesores: la forja de un carácter y no el adoctrinamiento en unos principios.
La ética no puede convertirse en un catálogo de principios que luego se materializan en normas de comportamiento. Es necesario retomar la ética en su sentido más originario, como una forma continuada de hacer, de comportarse y de estar en el mundo. Como una manera de ajustar el quicio vital, el eje sobre el que gira la vida.
Por eso, la cordialidad es para Cortina el combustible del vuelo que la ética pretende realizar sobre la naturaleza y la convivencia humana. La ética cordial trata de superar las limitaciones de la ética mínima y salir con ello de una especie de provincianismo ético que toma la razón casi en exclusiva en ser herramienta y procedimiento.
Con la razón cordial se atiende a la constitución integral del ser humano, al corazón de las razones de la obligación moral, porque “existe un abismo entre las declaraciones y las realizaciones al hablar de principios y valores morales”. Parece que las primeras no calan en el corazón de los seres humanos, sólo se quedan en meras palabras.
¿Cuál es la razón de este abismo entre declaraciones y realizaciones? La ética cordial pretende explicar este abismo entre lo dicho y lo hecho, entre ideas y creencias, actuaciones y declaraciones, entre moral pensada y moral vivida. Por eso Cortina cree que la ética, además de fundamentarse y de dotarse de una herramienta en la búsqueda de la verdad, debe apuntalarse en las razones del corazón que nos mueven a preferir unas cosas sobre otras.
Con esto Cortina cierra el círculo, que había iniciado en la fundamentación ética con la autonomía kantiana, volviendo quizá al punto de partida inicial. Desde aquí podríamos nuevamente continuar la andadura ética en esta espiral marcada por la capacidad de darnos nuestras propias normas, la posibilidad de llegar a acuerdos justos y escuchar las razones del corazón, que a fin de cuentas es donde se encuentra el corazón de las razones.
En definitiva, estoy hablando de cómo sacar partido de nuestro irrenunciable ser moral, porque un mundo sin moral y sin compasión no puede ser habitable para los seres humanos,