Un porrón de porrones descansan, en las Salinas Viejas de Cerrillos, ajenos a que estos días celebramos el Día de los Humedales. No saldrán en ninguna foto porque no son tan vistosos como los flamencos, ni se encuentran en peligro de extinción como la malvasía, y su carácter sedentario y gregario los hace habituales a nuestros ojos.
No hay nada peor en esta vida de brillibrilli, de belleza superficial, de focos luminosos, de titulares impactantes, de etiquetas diferenciadoras, del marketing para el “me gusta”, que ser del territorio, que tu nombre se asocie, como le pasa al porrón, con la torpeza y la necedad, y que además te apelliden común.
A los porrones todo esto les da igual, ellos no se saben ninguneados, eclipsados, infravalorados por el estatus y la belleza de otras especies. Lo único que quieren es tener las láminas de agua que le permitan la supervivencia, donde puedan bucear y estar alejados de los depredadores, pero cada vez lo tienen más complicado, les hemos declarado la guerra a los humedales, y como a ellos, los hemos clasificado, invisibilizado, olvidado, denigrado, culpabilizado.
Da igual que nos encontremos en una emergencia climática, o que términos como sostenibilidad, conservación, biodiversidad estén en boca de todos. Seguimos en nuestro afán de hacerlos desaparecer de nuestro entorno, excusándonos en los miedos ancestrales a las enfermedades, a los monstruos o a las lamias, cuando en realidad ambicionamos y especulamos con los terrenos donde se desarrollan; contabilizamos hasta la última gota de agua para garantizar una agricultura insostenible; permitimos pozos ilegales; desviamos y ocupamos cauces , ramblas; sobreexplotamos y salinizamos los acuíferos de los que se nutren; o los utilizamos como vertederos ilegales e insalubres.
Puede que estas afirmaciones les parezcan manidas y repetidas año tras año, pero a pesar de las nuevas leyes, de la nueva conciencia, de la imperiosa necesidad de cambiar de dirección, en estas últimas semanas hemos leído que 2022 fue el año más caluroso y seco de la historia meteorológica de nuestro país, que los agricultores levantinos se han manifestado por los recortes del agua que les llegará del trasvase Tajo-Segura, como las 42 asociaciones, reunidas en la plataforma Somos Mediterránea , lo hicieron por la subida del nivel del mar y la erosión de la costa que pone en peligro sus pueblos. Que el SEPRONA ha denunciado a unos vecinos en El Ejido por enterrar con basuras el humedal de Sotomontes, que la crisis de las Salinas de Cabo de Gata se silenciarán con ayudas de lavado de cara, y que el ayuntamiento roquetero se niega a informar a los ciudadanos que quieren aportar, opinar y participar en el proyecto de cementación, más que de renaturalización, de la Rambla de San Antonio de Aguadulce.
Noticias que pasan desapercibidas en la marabunta de información, que se utilizan como armas arrojadizas políticamente, que quedan archivadas en el cajón del mal menor, o que se individualizan para solucionarlas de urgencia, cuando el problema es sistémico. Noticias que tienen en común que ponen la economía por encima de la naturaleza, y que valoran el agua como un elemento productivo, que lo es y fundamental, pero que olvidan que es generadora de la vida que nos sustenta. Mientras la única variable para el desarrollo sea el económico, seguiremos acumulando fracasos, catástrofes y problemas para el futuro. Solo si encontramos el equilibrio entre la economía y la ecología, el desarrollo sostenible, la revolución verde, o como quiera que lo llamemos, será posible.
Los humedales nos ofrecen recursos para nuestro desarrollo, son garantes de la biodiversidad, depuran las aguas superficiales, recargan los acuíferos, capturan carbono y, por tanto, nos ayudan a mitigar los efectos del cambio climático, de las inundaciones y de las tormentas. Además, estabilizan y defienden la costa de las erosiones, suavizan las temperaturas y son espacios abiertos al turismo, al ocio, a la educación, a la cultura, al deporte y la salud.
Es hora, como señala el lema de este año, de restaurar, revitalizar y recuperar los humedales, por responsabilidad, por inteligencia, por la salud de nuestros pueblos. Si no lo hacemos por nosotros, hagámoslo por el porrón de porrones que el otro día dejó boquiabierto a un grupo de niños que, confiamos, aprendieron a mirar. La necedad, la torpeza, es ignorar el problema, mirar para otro lado, ocuparnos de lo que no tiene importancia.