Todos los análisis apuntan al cambio de tendencia política tras el derrumbe de los dos grandes partidos en la última década. Socialistas y populares han estado obteniendo en el mejor de los casos un 50% de los votos, cuando antes la suma de ambos se acercaba al 80% en el conjunto nacional.
Sin embargo, el bipartidismo está emergiendo con una versión menos arrolladora que la que acaparó la política española desde 1993 hasta 2015. Ese año apareció lo que hemos venido llamando la nueva política, que se ha hecho vieja con la desaparición de Ciudadanos y Podemos a la baja.
¿Qué ha ocurrido? La pandemia ha operado al revés que la crisis económica y ha reforzado a los partidos de gobierno. Solo hay que mirar los resultados de todas las elecciones celebradas en España desde la primavera de 2020. En Galicia, País Vasco, Cataluña, Madrid, Castilla y León y Andalucía, los Ejecutivos repitieron mandato. Cierto que ninguno era socialista y que la excepción a esta tendencia la encarnaría el Gobierno de Pedro Sánchez, pero renqueante en las encuestas, porque las dos marcas de la coalición de gobierno han sufrido mucho desgaste.
La reconfiguración de fuerzas parece clara, aunque queda muy lejos todavía pensar en una restauración del antiguo reparto electoral. Al bipartidismo español los politólogos solían añadirle el matiz de imperfecto, tanto por la presencia de los nacionalistas como de un espacio a la izquierda del PSOE, minoritario y con altibajos, pero resistente a lo largo de los años, con unos resultados del 10% al 15%.
Algo parecido está sucediendo ahora en la derecha, donde la recuperación del PP no alcanza a abarcar todo ese territorio, del centro al extremo, que monopolizó durante dos décadas. El nuevo bipartidismo que se perfila sería aún más imperfecto, con dos partidos que han recobrado la hegemonía en sus espacios ideológicos, pero sin llegar a tener la fuerza que antaño les permitía alternarse en solitario en el poder.
Hace solo tres meses, en plena implosión del mandato de Pablo Casado en el PP, se publicaron encuestas que alimentaban en Vox el sueño del sorpasso. Hoy tal hipótesis suena inverosímil a los especialistas. Las enormes expectativas de la extrema derecha se han ahogado en un baño de realidad, pero sin impedir la consolidación en este tiempo de un importante suelo electoral.
Algunos analistas lo dan por descontado y dicen que los comportamientos del votante de la izquierda y de la derecha no son iguales. En la izquierda los territorios están más claramente definidos, no solo entre dos opciones electorales, incluso entre dos formas diferentes de ver el mundo. Entre los votantes de la derecha todo se muestra más fluido. La prueba está en cómo han abandonado en masa a Ciudadanos en tan poco tiempo.
Para gobernar sin necesidad de pagar ningún peaje a la extrema derecha, como ha ocurrido en Andalucía, el PP tendría que completar una hazaña que, con los datos de hoy, se antoja remota. El repaso histórico a 45 años de elecciones generales indica que para lograr la mayoría absoluta se necesita como mínimo el 40% de los votos.
El PSOE de Felipe González se quedó en 175 escaños con el 39,6% de los sufragios en 1989. En cambio, José Luis Rodríguez Zapatero superó ampliamente el 40% en sus dos triunfos -2004 y 2008- y aun así no alcanzó la mayoría absoluta. En las dos elecciones que ha conquistado el PP -José María Aznar en 2000 y Mariano Rajoy en 2011-, las mayorías fueron muy holgadas con más del 44% de los votos.
Sin embargo, si tomamos como referencia los datos de las últimas elecciones generales de noviembre de 2019, el PP no llegó al 21%. Ahora necesitaría acaparar prácticamente todo el espacio de la derecha para acercarse al menos a un resultado como el de Andalucía: sumar hasta el último de los votantes de Ciudadanos -casi el 7%- y reducir a la mínima expresión el 15% de Vox.
¿Estamos en el fin del ciclo que empezó en 2015? Juan Carlos Monedero, politólogo y fundador de Podemos, dice que la situación actual, más que mérito de los grandes partidos, es “fruto de los errores” de quienes podrían desafiarlos en este momento, Vox y Unidas Podemos. Este retorno a la política tradicional no se corresponde con la tendencia en la mayoría de las democracias. El viejo sistema político, incide Monedero, “ha reventado en toda Europa”, donde entre otras cosas “la extrema derecha se está comiendo a la derecha”.
Para Monedero, la razón de que España haya tomado un rumbo diferente se sitúa en la “vinculación con el pasado” que mantienen las formaciones más recientes. Según él, Vox “no es una derecha populista, es franquista, reaccionaria y con tintes decimonónicos”. Y del otro lado se sitúa “una izquierda heredera del PCE que no termina de remozarse” y hacerse “más propia del siglo XXI”. Ese espacio que pugna con el “conservadurismo del PSOE” sigue abierto a la espera de ver si la iniciativa aún en ciernes de la vicepresidenta Yolanda Díaz consigue “reconfigurar las fuerzas y expresar una novedad”.
Esta semana Yolanda Díaz presentará su plataforma como un movimiento alejado de la izquierda clásica, buscando una mayoría social, una opción transversal, que huye de los grandes principios y presenta programas concretos con el fin declarado de bucear entre los abstencionistas tradicionales. “Sumar”, como el nombre registrado indica, será una plataforma electoral en la que los partidos “estarán, pero no serán”. Y donde no se quiere canalizar la rabia, sino devolver la ilusión, según explica Díaz.
De todas maneras, estos son posibles escenarios para unas elecciones generales a las que le faltan todavía mucho: más de un año, según el Gobierno. Porque elecciones no hay previstas en el horizonte hasta acabar la legislatura y los ciudadanos seguirán moviéndose y cambiando de opinión. En cualquier caso, esta información espero sirva para dos cosas: conocer la situación política actual y el estado de ánimo de cada partido o de los nuevos por nacer.