En las elecciones francesas hemos vuelto a constatar eso de que la política siempre es local. Da igual que tengamos una guerra a las puertas o que se trastoque peligrosamente la globalización y el proyecto europeo, al final solo importa lo nacional, lo propio, lo que tenemos más a mano, porque todo lo que signifique salirse de lo más próximo, se presenta como una abstracción.
Por eso, cuando llega el momento de votar en las elecciones cada uno se aferra al ¿qué hay de lo mío? Por tanto, se equivocan quienes señalaban que la globalización asociada a las nuevas tecnologías equivalía al fin de la geografía. Quienes han entendido mejor esto son los nacional populistas, los más sonados representantes de la reacción frente a un mundo que se escapa a ese impulso básico del hombre apegado a su tierra.
El ideal de ese hombre es la vuelta a las fronteras nacionales, al calorcito de las identidades patrias y a una economía defensiva frente a la globalización. El último coletazo frente a una realidad que estamos perdiendo y que se resiste a morir. Ya lo decía Lampedusa en su novela El Gatopardo: “Si queremos que todo permanezca como está, hace falta que todo cambie”, o bien “…que algo cambie”. Creo recordar.
Pero, lo más preocupante es el descaro con el que trata de diluirse una realidad crecientemente compleja detrás de consignas simples envueltas en retórica vacía y emocionalidad densa. Quizá por eso mismo los partidos nacional populistas se han convertido en el receptáculo casi natural del descontento. Empiezas a sentirte mal en tu vida y acabas votando a Vox. Aunque este partido carezca de soluciones claras para enmendar los graves problemas de nuestra sociedad.
Sufro, luego debe haber un culpable. Y este culpable solo puede ser el sistema político actual. La solución está clara: votar antisistema. Pero, no sé si obviando o ignorando que el mundo ha cambiado, y que ya no sirven las recetas tradicionales. La complejidad en todas sus dimensiones de la sociedad actual, la diversidad y lo global, están aquí para quedarse.
Las viejas reglas sistémicas han dejado de funcionar y la subida de la extrema derecha es una prueba de ello: sus códigos para leer los conflictos políticos reinan ya en el debate público, y así es más fácil normalizarla, como se ha hecho en Castilla y León por parte del PP. Con ello, el discurso de la demonización de Vox, desgraciadamente, ha llegado al fin de sus días en nuestro país.
A estos efectos, solo hay que leer los sondeos, donde aparecen retratadas las tendencias actuales: los segmentos más cultivados de la sociedad europea tienden a votar a los socialdemócratas; los segmentos con mayor renta, a los conservadores; y los segmentos bajos de ambos vectores -educación y capital- son el principal caladero de pesca de propuestas políticas rupturistas como las de Vox.
Por eso, en las próximas elecciones andaluzas, los segmentos bajos o quienes se benefician del sistema deberían votar, si no es por convicción moral al menos por un interés pragmático y egoísta, por quien apueste por la justicia social y la igualdad de oportunidades. Porque de no entenderlo así, podrían despertarse el 20 de junio con un Abascal en su cocina, respondiendo con sus recetas, lamentablemente equivocadas, a inquietudes populares totalmente legitimas. ¡Cuidado! Y el que avisa no es traidor.
Un comentario
El ascenso de VOX es la respuesta al asenso de PODEMOS y separatistas, todos iguales de extremistas y la culpa de todo es de los dos partidos de centro tan contaminados de corrupción de servilismo a los chiringuitos y de olvido de los ciudadanos y del país. Ahora el PP se asociará a VOX y se llevará el mismo revolcón que el PSOE se ha llevado con los impresentables que se ha asociado. Y nosotros sufriendo la inoperancia de todos.