IAM/Redacción. 7 días en Entebbe es un thriller histórico que relata el secuestro por parte de un grupo de revolucionarios alemanes, aliados con terroristas palestinos del Frente Popular, de un avión comercial con 239 pasajeros.Tras el secuestro, el avión es pilotado por orden de los secuestradores al aeropuerto de Entebbe (Uganda)
El gobierno de este país ha recibido una compensación económica para centrar allí la base de la operación. Con los terroristas amenazando con el asesinato sistemático de civiles, inmediatamente dan comienzo en Israel los intentos de llevar a cabo una solución diplomática al suceso. Comienza así una cuenta atrás de siete días que genera en un conflicto dentro del mismo gabinete de gobierno israelí, con el primer ministro Shimon Peres y el ministro de Defensa Isaac Rabin enfrascados en un diálogo interno sobre la negociación con terroristas.
El principal problema es que este gobierno tiene como ley no negociar nunca con terroristas. He ahí el dilema primario que lleva el pulso de la película. El secundario, el idealismo de uno de los revolucionarios alemanes que movido por su humanismo no pretende generar violencia ninguna con los secuestrados y no tiene un plan B, creyendo aférrimamente que Israel cederá a sus peticiones sin pensárselo dos veces: la liberación de presos palestinos.
Esto nos dice rápidamente que este grupo aliado alemán no sabía muy bien dónde se metía al perpetuar este delito de índole internacional.Hechos históricos aparte, el filme dirigido por José Padilha, que ha intentado, después de su comercial pero poco exitoso remake “RoboCop” (2014) o “Tropa de élite” (2007), pero sí con la dirección de la genial serie “Narcos” a sus espaldas, dirigir una película de relevancia social y política dentro de un cine crítico más cercano a sus gustos creativos, mantiene dignamente las necesidades técnicas y visuales que requiere su temática, pero deja al espectador un tanto frío.
La consecuencia que supone el secuestro de más de 200 personas, incluidos niños, durante una semana hacinados en una nave sin condiciones higiénicas y pendientes de poder morir, está falta de dramatismo. No es que queramos ser morbosos pero el espectador debe sentirse identificado con los personajes, en este caso las víctimas, en cierta manera. Y Padiha no nos implica. Nos deja tranquilos frente a la pantalla como si estuviésemos viendo un anuncio de pañales.
Destacar sí el paralelismo que hace del secuestro y sus causas históricas con un espectáculo de danza perfectamente encajado en la trama. Crea una simbología visual que sí transciende a los humano. Quizás Padiha ha querido focalizar aquí la tensión dramática pero no ha llegado a traspasar el umbral de la puerta. Nos sigue faltando algo.
Interpretaciones correctas, Daniel Brühl a la altura del personaje pero en su línea un tanto sosa. La dureza y carga interpretativa la lleva con total facilidad Rosamund Pike, uno de los aciertos del filme.
Es interesante ver esta película porque nos refresca con total veracidad un conflicto que hoy día sigue latente y descubrimos el curioso destino que a raíz de este secuestro tomaron algunos de los personajes, otorgándole la relevancia que tuvo y la gran mayoría desconocíamos. Pero si buscan emoción, vayan a otra parte.