Hay quien dice que eres fea, o no te conocen bien, o no se han parado a admirarte. Pero tiene unos alrededores maravillosos, añaden tratando de defenderte después de haberte ofendido. Escucha, preciosa, es verdad que estás en el centro del paraíso, pero que no te hagan creer que eres la prima fea de esta familia de municipios que forman el Campo de Gibraltar. Es sólo un prejuicio que tus gentes han llegado a interiorizar a base de tanto escucharlo, a fuerza de repetirlo. Una equívoca tradición oral contra la que me he propuesto luchar desde esta sección.Voy a salir a pasearte, y a contar lo que veo; lo que huelo y, sobre todo, lo que me haces sentir. Voy a mirarte con las gafas del ciudadano algecireño que nació en el lugar equivocado y volvió a su tierra tras más de treinta años durante los cuales nunca estuvo allí. Hablaré de ti bajo en influjo de la magia del reencuentro.Abro la ventana y la brisa llena mi casa del aroma salado del mar, huelo la llamada y estoy, de repente, en medio de la playa del Rinconcillo. Cuando escapo del efecto hipnótico del Peñón, y con esa sensación de buen rollo que me transmite su vista, ando el paseo de la cornisa y, a la altura del antiguo cementerio, me detengo a contemplar la Bahía; y trato de comprender por qué dicen que eres fea.Edificio con forma de un libro que el viento hojea, cantera del arte local desde donde Don Quijote, ese loco tan especial, me saluda haciendo sonar el claxon de su vespa. Rumbo a la plaza del Mercado, tengo que detenerme bajo las sombras de ese maravilloso jardín con nombre de mujer. Pierdo la mirada en las aguas de tu fuente e imagino en el reflejo los ocho siglos en que fuimos Al-Andalus; y trato de comprender por qué dicen que eres fea.El mercado de Abastos cambia sus aromas y colores conforme las estaciones se suceden, muda de vestimenta cuatro veces al año. Dando vueltas a un edificio sin columnas, entre las personas y personajes que formamos parte del paisaje habitual, turistas despistados con la boca abierta se sorprenden, en diferentes idiomas, de lo especial de nuestra plaza, entre árabe y europea; y trato de comprender por qué dicen que eres fea.Me siento a leer sobre los azulejos de la Plaza Alta, busco una Cruzcampo con tapa de boquerones y me cuesta tanto decidir dónde que acabo improvisando una ruta del tapeo, un día más que no como en casa. Subo por las cuestas de San Isidro y oliendo sus flores, con una sonrisilla de emoción (y de Cruzcampo), trato de comprender por qué dicen que eres fea. Se me acaba el espacio, que no las letras, para hablar del Faro, del Cobre, de Getares, del Parque del Centenario o de mi amado barrio, que termina en paraje natural; de los caballos y las vacas pastando junto a la carretera. Del Kursal o de esos pocos edificios históricos que aún nos quedan; de nuestras murallas, que no son las de Ávila pero son las nuestras, son nuestra historia. De la ermita del barrio de San Isidro, que me conmovió a pesar de mi ateísmo, del homenaje a las madres y, como no, de la Feria Real. De La Casita, de sus tapas y la gente maravillosa que las sirve; de las noches de verano en el Kabuki o el Down Club. Del puerto iluminado en una noche sin luz, de la Bahía en noches de luna llena y sonriente. Y aunque me falte el espacio guardaré las palabras que me sobran, hasta la semana que viene, para seguir compartiendo mi mirada con ustedes. Tal vez consiga, con el tiempo, que la gente lo piense dos veces antes de afirmar que Algeciras, es sólo un patito feo en un estanque precioso.
Señor GilmoreFoto: Paco Gallardo